Mi indisimulado placer por lo fantástico y lo desaforado siempre descansó en la firme creencia de que una historia no es mas que el fantasma de una vida. O vicevErsa.
La verdadera función del escritor –su sola razón de ser, su sencilla manera de serle útil a la sociedad- es entonces la pacientE y placentera observación y el meticuloso registro de semejante fenómeno. Espiar desde una curva del camino, escondido detrás de un cartel, cronómetro en mano y determinar, sí, i versión privada de lo que creo haber entendido se trata de la velocidad de las cosas: el tiempo exacto que le lleva a una vida convertirse en historia y a una persona mutar en personaje. Seguirla y seguirlo en su viaje. Ponerla y ponerlo por escrito…
La velocidad de las cosas, R. Fresán
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