jueves, 13 de mayo de 2010

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Mi indisimulado placer por lo fantástico y lo desaforado siempre descansó en la firme creencia de que una historia no es mas que el fantasma de una vida. O viceversa. La Literatura es una calle de doble mano. Y las vidas cuando mueren, si tienen suerte, se convierten en historias. Y algunas ficciones, con el correr de los años, pueden llegar a confundirse y extraviarse en las rutas de lo verídico.
Se empieza de un lado al otro. Y me confieso alumno de la primera escuela y hay un instante sublime en que ambas posibilidades se funden en una y es ahí cuando se intuye, apenas, la grandeza y el horror de la literatura. No hay que pensar demasiado en todo esto, claro. (…). 

La verdadera función del escritor –su sola razón de ser, su sencilla manera de serle útil a la sociedad- es entonces la paciente y placentera observación y el meticuloso registro de semejante fenómeno. Espiar desde una curva del camino, escondido detrás de un cartel, cronómetro en mano y determinar, sí, i versión privada de lo que creo haber entendido se trata de la velocidad de las cosas: el tiempo exacto que le lleva a una vida convertirse en historia y a una persona mutar en personaje. Seguirla y seguirlo en su viaje. Ponerla y ponerlo por escrito…

La velocidad de las cosas, R. Fresán

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